Llamémosla, simplemente, “La Farmacéutica”. Este espécimen no escapa a la descripción del mito dentro del rubro: “están todas locas”, más que un mito yo diría un hecho… un hecho agravado por la menopausia, el divorcio y la soledad.
El día que Laura la conoció fue por teléfono, la interrogó prepotentemente casi con un tono de barrio altanero y sin decoro. Las respuestas de Laura fueron cortas, simples y sin tono simpático. Laura se quedó sorprendida y un poco preocupada y solo podía pensar en quien sería esta señora. La respuesta la encontró en boca de un superior: “La Farmacéutica” La cara dubitativa de Laura obligo a su superior a dar más detalles, pero solo pudo quedarse un rato en silencio y acto seguido y a modo de excusa decir, casi resignado, un contundente: “Es lo único que encontré, no hay farmacéuticas disponibles en la ciudad”, tomó un cigarrillo de su atado y salió a fumar.
Por ese entonces, la excusa no parecía relevante. Incluso a Laura le causó gracia que se refiera a Ella como si fuese una cosa. Laura la conoció personalmente un martes, había sol, aun no terminaba la primavera y estaba de buen humor. De buenas a primeras, 15 minutos antes de lo acordado, la ve aparecer por la puerta. Alborotada como una adolescente, caminaba encorvada y se la notaba despojada de todo signo de femineidad, jadeaba y se reía con una especie de timidez, que en ese momento Laura creyó sincera al punto de juzgar de machista el comentario de su superior. Su aspecto era poco decoroso, teñida con raíces ya crecidas, no muy alta, con algunas arrugas pronunciadas y con unos ojos claros bien abiertos y mal delineados con una gruesa línea negra y algunas gotas de rímel corridos por la transpiración. En su época se ve que ha sido linda, pero los años la han deteriorada lo suficiente como para aparentar un poco mas de edad que la que profesa su documento.
Entró y miró a Laura de arriba hacia abajo ida y vuelta; alagó sus botas su cabello y largó una serie de afirmaciones acerca del desquicio de sus colegas, desquicio del cual ella estaba completamente excusada, según ella. Como siempre, en la vida y en los vínculos Laura decidió tomarse su tiempo para evaluar a “la farmacéutica” y no dejarse llevar por las palabras de otro. El día transcurrió normal. “La farmacéutica” solo hablaba de su manera de ser: abierta, sincera, frontal, segura, luchadora, etc. Laura escuchaba y asentía en alguna coincidencia. Se despidieron al final de la jornada con una sonrisa y un hasta mañana. Cuando Laura llegó a su casa, se acordó de algo que la puso en alerta.
Unas semanas atrás, Laura y sus amigos se habían reunido a almorzar en un campo alejado de la cuidad. Entre los invitados se encontraba Iris, un personaje sin pelos en la lengua que pertenece al mundo de las farmacias. Laura se acerco a la pileta con unas cervezas para ponerse a charlar con quienes allí estaban tirados al sol. Iris hablaba de los aumentos de sueldo, de las categorías, de convenios y cosas así. Laura, para compartir la charla, comento sobre su trabajo y su nueva compañera; no alcanzó a terminar de pronunciar el apellido que ya estaba la enorme carcajada y un gesto aplastante en boca de Iris, quien al ver mi cara de desconcierto me preguntó: “¿La que vivió en el interior?” Laura casi con miedo dijo en tono medio: “Sí”. La expresión de Iris mostraba más que un seño fruncido y pronunció un temible: “Laura…” En eso alguien irrumpió y Laura, casi como un acto de miedo inconsciente, no se atrevió a preguntar absolutamente nada. El día llegaba a su fin, Laura terminaba de sentarse en el auto, cuando escuchó la voz de Iris que le gritaba desde el portón con fuerza y esperanza: “Laura, esa mujer no enfila sus patos, cuídate” El domingo llegaba a su fin, Laura preparó sus cosas, se dispuso a terminar de ultimar detalles y acostarse a dormir. Se durmió acordándose de las palabras de Iris.
Al día siguiente, todo se le olvidó. Las jornadas con “La Farmacéutica” eran amenas, no se conocían, así que como simples desconocidas que se verían obligadas a verse a diario, charlaban incansablemente, de las simples cosas del transcurrir laborar y de la vida también. La distancia generacional le daba a Laura la posibilidad de ver las cosas desde otro punto de vista, siempre con sus reservas compartía cotidianeidades y expectativas. Laura estaba tranquila y feliz. Llegaba al trabajo con buen humor y bien dispuesta. Así pasaron las semanas, los meses. Hasta que de buenas a primeras, las charlas amenas se volvieron un monólogo, varios monólogos. Muchos monólogos. Excesivos monólogos cargados de quejas, reproches, necesidades, complejos, problemas, confusiones y de explicaciones de cómo todo y todos le arruinaron la vida. Exigencias de cómo uno tiene que ser o dejar de ser. Suposiciones sobre la vida de Laura y la de sus familiares y amigos. Trataba a Laura casi como si fuese su hija menor. Cosa que irritaba mucho a Laura. Paso de ser agradable y compañera a ser la dueña de la verdad única y absoluta acerca de todo. El último día de la semana, Laura llegó a su casa y llamó a Iris. Hablaron por un rato muy largo.
En medio de la desvirtuada realidad de “La Farmacéutica” Laura ocupaba un lugar incómodo. Su nivel de tolerancia a la estupidez ajena era casi nulo, lo que le permitía lograr en un abrir y cerrar de ojos un bloqueo mental total; logrando desvincularse de esa nociva existencia que pululaba a su alrededor. Laura comenzó a limitarse a lo necesario. Comenzó a evitarla, charlaba pero ya sin entusiasmo, casi no pronunciaba oraciones, solo palabras sueltas y casi siempre ponía como excusa el trabajo que debía completar. Todo cambio se hace notar. Pero “La farmacéutica” era persistente. Hablaba tanto que por momentos Laura no estaba segura de qué es lo que estaba diciendo. Dejó de escucharla, no solo porque se hartaba de sus historias de dudosa procedencia, sino porque todo y todos para ella eran un fiasco o tenían algo en contra de ella o estaban obnubilados por ella. Entre sus tantos monólogos se la escuchaba decir que nuestro trabajo era una porquería, que algo raro y sucio tramaba nuestro superior; superior que mantenía una aventura lujuriosa e interesada con una compañera de otra sucursal; que la chica que nos ayuda con el mantenimiento del establecimiento era una negrita que limpia mal y pone demasiado café en su tasa. Los cadetes se le insinúan, los dueños de otros establecimientos con los que mantenemos relaciones laborales estrictas la invitan a salir y le hacen promesas que la ponen a dudar; en reiteradas oportunidades “hablaba” por teléfono con su enamorado, en el mismo instante en que el teléfono sonaba de repente. Laura la miraba con una expresión indescriptible y ella se quejaba de lo mal que andaba su teléfono. Además de tanto defecto, ella conoce personalmente a todos. Tiene la capacidad de encontrar parentesco, cercanía o algo por el estilo en cualquier ser humano, sobre todo si ese ser humano se baja de un auto de más de 50.000 pesos. Target bajo si nos remitimos a sus expectativas. Y lo más gracioso, es que según ella: “Iris es su amiga”. Iris no tiene un buen juicio sobre ella. Ni siquiera la respeta como ser humano, habla de ella con un desprecio y una liviandad propios de alguien que está cansada de soportar sandeces gratuitamente.
Pasó el tiempo y todo seguía igual, solo que las actitudes y reacciones de “La Farmacéutica” se habían tornado peligrosas. Una tarde buscando algo en la repisa de la cocina, Laura se encontró con su nombre tachado y puesto en un vaso de vinagre. Otra Mañana Laura se quedó dormida y llegó tarde al trabajo. “La Farmacéutica” había llamado a su superior para informar que Laura no se había presentado a trabajar. Su superior le advirtió de las malas intenciones de “La Farmacéutica” lo cual dejó tranquila a Laura. Su superior estaba al tanto de lo que sucedía y no lo tenía bien visto. Laura comenzó a escuchar. A oír. A reaccionar ante eso que entre líneas y no tanto se le estaba diciendo. Se dio cuenta de que cada cosa que ella decía, se volvía el punto de crítica y análisis no requerido por parte de “La Farmacéutica”. Tal es así que Laura comenzó a poner todo bajo seria sospecha. Se dispuso a recopilar información y a exponerla entre sus allegados sin dar nombres, pensando que quizás estaba equivocándose o que su miedo a la gente la hacía ver las cosas de esa manera. Pero no fue así, Las respuestas de sus ex colegas, sus conocidos, sus superiores y los propios hijos de “La farmacéutica” le demostraron a Laura que estaba en lo cierto. Trabajaba junto a una solterona en potencia, fanática del tarot y las pociones mágicas, sobrevivía a sus mañana y sus tardes junto al desborde envidioso de un alma solitaria y en pena, soportaba la verborragia malintencionada de una divorciada que no recibe atención ni masculina ni medica desde hace ya demasiados años. Pero lo más importante era que Laura, seguía siendo Laura. Intacta, tal cual demostró ser desde el comienzo. Y encontró en esta fortaleza el arma mortal para aniquilar a “La Farmacéutica”: la ignoró completamente, al punto de limitarse a dos palabras diarias: “Hola” y “Adiós”. Al día de hoy Laura sigue enterándose de cosas nuevas, cosas graves, cuentos, mentiras, palabras dichas con mala intención. Elucubraciones casi infantiles que de ser ciertas podrían desatar un problema irreparable. Pero eso ya no le preocupa a Laura. Solo le preocupa que se siga procreando esta temible raza: la de las farmacéuticas.