lunes, 10 de enero de 2011

No Todos Los Limones Sirven Para Hacer Limonada


Estás en un bar, tomando con tus amigas. Tranquila, como siempre, salís pensando solo en cuanto podes gastar en la promo de fernet. 1.30 de la mañana… bar a pleno, entrevés en el amontonamiento de gente “El Flaco”. Lo miras hasta obtener el resultado de la radiografía, el electro y el análisis de sangre. Lo miras, te mira, te das vuelta. Lo miras, te mira te das vuelta. Te mira, lo miras, se da vuelta. Se miran, con cara de “hay, me resultas conocido”, se dan vuelta. Listo: el mensaje ha sido enviado exitosamente. No pasan de las 3, vos después del cuarto vaso de fernet, te olvidaste de mirarlo y de que te miraba y ahí aparece su viveza. Estas en la puerta del baño, esperando y “El flaco” pasa como si nada, ni te mira, vos solo pensas en lo idiota que seguramente es. Seguramente él nota que a vos te importa poco y vuelve, te apoya la mano en el hombro y te pregunta con una masculina y gruesa voz: “¿Flaca, tenés fuego?” Te olvidas por completo de su  supuesta idiotez y pones cara de “libre”. Le das fuego, te dice gracias con su perfecta y blanca dentadura, y se va. Flaca, estás lista te clavó el primer aguijón. Después de 20 minutos volves a tu mesa. Lo miras, lo miras, lo miras y nada. Vos y tus amigas se van para la parte de adelante del bar. La noche pasa, y empezás a  manejar dos opciones: me siento o me caigo. En fin se sientan y mediando  tu  mala visión,  poca dicción y la casi total ausencia de reflejos ves que  “El Flaco”, en peor estado que el tuyo, se sienta a 40 centímetros de tu silla. Listo, aguijón 2. Te mira, se sonríe, se te acerca y con toda, toda, toda la onda: Te conquista. Te coquetea con cautela y entre risas y confesiones, demuestra su total seguridad y aparente interés en vos al pedirte tu número. Te cuenta con inteligencia y soltura que vive solo, que está solo, disponible, libre, listo para la acción; al ver tu no - reacción, directo y sin esfuerzo te propone ir a su casa. Vos, le decís que no. Te levantas a la par de tus amigas, lo saludas y él, con total descaro te parte la boca, y te susurra en el oído un “me hubiera encantado que te vayas conmigo”. Vos, dudá, y andate despacito caminando hasta la puerta de salida. Miras de cotté y ves que él te sigue hasta la puerta, te hace sonar el celular para comprobar que de verdad le diste tú número, te sonríe con carita y se te queda mirando mientras te alejas. Al otro día, le Escribís. Mensaje enviado 19.20 hs. 19.22 hs. Respuesta.: “Hola Nena, que bueno que me hayas escrito Pasame tu mail. Besos”. Martes, te conectas y ahí está, no terminas de tildar su nombre que “El Flaco” te escribe: “Te estaba esperando”. Intercambio de datos, siempre con dulzura y desenfreno, coincidencias, etc. Concretan la cita para el próximo martes, le propones un lugar súper céntrico (ínfimo acto de viveza femenina). Durante esa semana la bandeja de entrada y de salida de tu celular, solo dice: “El flaco”. Te escribe cosas que ni siquiera sabe de vos, pero que vaya uno a saber porque supone. Vos, contenta, le das con tu dedito a la opción de responder, cada vez que a las 9 de la mañana lees en tu celular: “Buen Día Linda” Martes día del encuentro. No aparece sino hasta las 20.30 diciéndote “ya estoy te espero con una Birra fría.” Llegas, se para a saludarte, te pide ayuda para pedir comida, demostrando amplio interés en tus gustos culinarios. Comen beben y charlan placenteramente, cariñosamente, logra que te sientas cómoda y en complicidad. De la absoluta nada, su cara se vuelve del color del palmito que te estás mandando a la boca. La deliciosa conversación se interrumpe: “Por las dudas voy a contarte algo” Vos haces un esfuerzo estomacal increíble para que tu cara no se desfigure. Lo miras casi con temor. Y el débilmente honesto te cuenta una historia en la cual la protagonista es una loca bipolar desubicada, que aún resuena en su presente. Acto seguido: “El flaco”, ante cualquier pregunta tuya, mirada, movimiento, suposición; se abre completamente y te dice todo con lujo de detalles. Te muestra su madurez innata y pocas veces vista. Vos, con cautela, sos feliz. Se vuelven a ver, en su casa. Es el mejor anfitrión: cocina, pone la mesa con florcitas, lava, plancha, barre, juega con la perra, y arranca limones del limonero del patio. Es humilde y canchero, atento, amoroso, cariñoso, conversador…  ¡Un dulce de leche total!  Lógico, pasas una mágica noche. Así pasan unos cuantos meses, en los cuales vos, enamorada… le restas importancia a varios detalles, propios del personaje principal de la película “Trainspotting Vos seguís, abierta y liberal, disfrutando de las increíbles noches de Milkaut repostero, de las miradas mañaneras que te dejan pelotuda todo el día, de los mates que te ceba con dulzura… De que te pida que te quedes a dormir la siesta, etc.  Hasta que de golpe, y sin aviso, le sale un sorpresivo viaje y desaparece. Vos dejas pasar unas semanas, y le escribís; te responde a los 2 días diciéndote que ahora está muy limado que cuando quieras se juntan a hablar. Vos y tu teórica superación te hacen decir no. El tiempo pasa, salís con tus amigas, volves a tu fiel amigo Branca y de la nada le mandas un mensaje semi- zarpado; que te responde al otro día con enojo y varios reproches alistados. A penas termines de leerlo reíte,  porque ahí es donde te vas a dar cuenta que no todos los limones sirven para hacer limonada. Ojo, no borres su número, porque cada tanto una noche surrealista nos viene bien a todas.

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