martes, 11 de enero de 2011

¿Quién Dijo Que Lo Bueno Viene En Frasco Chico?


Estas sentada sola haciendo zapping. Picando algo, tranquila. Cuando de repente te llega un mensaje de un número completamente desconocido, preguntándote a vos indudablemente, ya que tu nombre encabeza la pregunta: ¿Cómo estás? Vos respondes desinteresada pero dudosa un seco “Bien, pero no sé quien sos” Descubrís que es un varón. El Varón, queriendo diluir su caradurés te escribe una seguidilla de mensajes disculpándose por el atrevimiento, previniéndote de que no es su intención molestarte, pero aunque no sabe quien sos le gustaría, ser tu amigo. Ay, mi Dios. Vos no contestas más. Simplemente al otro día te acordás  y lo llamas bloqueando tu número, sin importarte realmente que podes encontrarte del otro lado. Su voz no te disgusta en absoluto, es cordial, educado y simpático. Entran ambos a intentar dilucidar de dónde se conocen. Algunas coincidencias geográficas, los hacen dudar. En fin, quedan en ser “amigos”. Durante la semana entera, Varón va a escribirte cientos de mensajes “de onda”, te va a llamar por teléfono y va a lograr que vos te imagines a George Clooney encontrando tu número de teléfono anotado en un papel, mientras filma una película en Santa Fe.  Todo es jolgorio, se ríen de las mismas cosas, difieren en algunas pero lidian haciendo bromas. Se proponen conocerse, para develar el misterio. Una propuesta falla, lo que genera unas cuantas llamadas de su parte y una tuya, bastantes largas todas. Se pasan los mails, chatean: se vende bastante bien.  Finalmente se proponen encontrarse, siempre con respeto se hacen la invitación con amigos de cada uno. Medio nerviosa y haciendo conjeturas maliciosas te vas con tu amiga a encontrarse con él y ellos, sus amigos.  Estas llegando y vez que una flaco de metro y medio con una pseudo cresta intimidante se para a lo lejos y levanta orgulloso su mano como diciendo: “Soy yo, acá estoy”, te acercas y se presentan con un mentiroso y mutuo: “Si, de algún lado nos conocemos”, cambiarnos de bar, empezamos a interactuar. Después de 40 minutos, tu paciencia y la de tu amiga empiezan a desaparecer. El varón, con el correr de los minutos, despliega con más ímpetu un monólogo infinito. Siempre intentando demostrar: su capacidad para hacer amigos, su capacidad de adaptación a lugares y situaciones varias, su apertura mental, su gusto en ropa (decadente, por cierto.), su gusto en bebidas, su gusto en música, su gusto, en comida, su gusto en movilidad, su generosidad desmedida y desinteresada. Y varios “su” más que, ¿para qué contar?, si con imaginar al pájaro carpintero de la propaganda de twistos es más que suficiente. Tu amiga te mira con cara de póker y vos ya entrada en copas, te pones a pavear. Tus actitudes son percibidas por el varón, como una señal. Tu señal emitida dice: que pase rápido la noche y - mozo, me inyecta la cerveza en el brazo izquierdo, por favor. Su receptor dice: “Ella está conmigo” Tremendo. Gracias a los vicios la noche termina, te preparas para irte y notas que la desgraciada cercanía geográfica no permite zafar de compartir el taxi. Es necesario a partir de ahora que tengas mucho cuidado, que afiles bien tus uñas, que dejes plata a mano y la llave preparada para entrar en el cerrojo. Porque durante el viaje no solo el mal aliento puede darte pánico.

2 comentarios: